El Viaducto de Millau

Esta carta pone de relevancia, una vez más, como la ingeniería es sistemáticamente ninguneada en la sociedad, en parte, porque no se ha sabido mostrar su valor por parte de los propios ingenieros. No me coge de sorpresa, no es la primera ni la segunda vez que tengo que explicar que es lo que hacen los ingenieros de caminos, después de ser preguntado sobre a qué me dedico. El ejemplo, el Viaducto de Millau, para el público en general, obra de Norman Foster, cuando en realidad no habría sido ejecutado de no ser por el ingeniero francés Michel Virlogeux. Este documento, publicado en la publicación del Colegio de Ingenieros de Caminos, la obtengo a través de la página de Josep M. Albaigès.

Desde luego, lo del viaducto de Millau no tiene nombre. Una y otra vez hemos sido machacados por la reiteración, en prensa, radio e Internet, del mensaje publicitario acerca del ínclito “arquitecto” sir Norman Foster y su magna obra “de arquitectura” el viaducto de Millau. Tanto se ha repetido la fábula que estoy seguro de que se la cree hasta el verdadero artífice el ingeniero francés de ponts et chaussées Michel Virlogeux. Sin embargo, entrevistado por Natalia Orozco, en El Espectador.com, afirma en referencia a la obra que “La primera vez que la imaginé fue hace 17 años y hoy es exacto lo que quería”, “Foster intervino tres años después” y “aportó mucho de sensibilidad” “si bien fui quien concibió el puente, quien imaginó la forma estructural”. Por supuesto. Nadie lo duda excepto la sociedad civil, los arquitectos, y, mucho me temo, que también algún compañero engañado por tanta propaganda. ¿Hasta dónde vamos a llegar? En España, una vez más, todo lo que se construye es arquitectura académica (en otro artículo haré ver que también las obras de ingeniería son arquitectónicas) incluso, como ya ven, hasta las más insignes obras de ingeniería; es indignante. La ingeniería no existe. Entonces, me pregunto: ¿cuál es nuestra labor? ¿Hacer posible la “moderna y espectacular” arquitectura actual (realizada oficialmente por arquitectos, claro está) pero siempre desde una actitud anónima, sumisa y si me apuran agradecida porque nos dejan participar? O, aún más: ¿proyectar y construir magníficas obras etiquetadas finalmente, por supuesto, como de arquitectura académica? Es el caso, por ejemplo, de compañeros tan ilustres, verdaderos ases de la ingeniería, como J.J. Arenas o F.J. Manterola, que han sido presentados, en más de una ocasión, como arquitectos por no entender que sus magníficas obras pudieran ser ajenas al talante creador del arquitecto; a mí no me sorprende: ¿es que hay alguien más que construya en este país? ¿No es esta labor oscura que realizamos la que en el mundo literario desarrollan los “negros”?… Y sin embargo, nosotros los ingenieros, callados. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta nuestra extinción como tales? Sirva de aviso lo sucedido recientemente con las competencias en túneles.

Virlogeux es un excelente ingeniero pero un pésimo estratega si pensó que podría llevar de la mano a un hombre como Norman Foster. Veamos: entre el millar de entradillas, más o menos, acerca del viaducto ofrecidas por el servidor MSN sólo en una cincuentena van de la mano y en absoluto a la par, que Virlogeux, con alguna excepción, siempre va detrás. A propósito: el día que un ingeniero aeronáutico permita que un arquitecto de renombre ponga la guinda a su obra habrá dejado de diseñar aviones; será su afamado arquitecto quien los haga.

¿Cómo es posible, pues, que alardes tecnológicos de esta envergadura sólo susciten juicios estéticos? Sin duda, por el pensamiento mágico todavía imperante. Para la historiografía tradicional con la llegada de la Edad Moderna advino el pensamiento racional que dio un enorme empujón a las ciencias empíricas y sus logros técnicos. Humanistas de la talla de Copérnico, Bacon, Kepler, Galileo y Newton ya no creen en lo que ven sino con los ojos del pensamiento y las lentes de la experimentación. Pero, lamentablemente, son sólo una avanzadilla: el grueso de la humanidad se rezaga y permanece aún en la etapa medieval. ¿Cómo hacer ver a este hombre primitivo, que gusta de tatuarse y recurre al piercing, que cree en la superstición y se alimenta de mitos, que más allá del parergon está lo esencial, el ergon, la obra estructural que idea el ingeniero? Es curioso, pero esta forma funcional, la que brota irremediablemente de la materia esculpida por la precisión del cálculo, es la que han querido arquitectos de la talla de Adolf Loos (vide Ornamento y Delito, 1910) o Mies Van der Rohe y su “menos es más”, e ingenieros como Frank Lloyd Wright (por cierto, alguien sabía que lo era) y su arquitectura orgánica, o el italiano Pier Luigi Nervi tan interesado por “la fuerza de la forma”. Es más, si para artistas como Alberti, Leonardo y Miguel Ángel esculpir es limitarse a quitar lo que sobra, nadie como el ingeniero para labrar las obras de la construcción. De hecho, la naturaleza que modela a golpes de adaptación funcional ha logrado formas de una belleza insuperable. ¿Hay algo más bello que un pura sangre lanzado al galope, que un halcón picando a 300 km/hora? ¿No es digno de admiración acaso un magnífico iceberg, ese rascacielos de los mares? Pero esto es más de lo que el vulgo puede ver, mucho más. Mientras, a la espera del hombre moderno que sepa ver más allá de las apariencias, de apreciar la verdad desnuda, la obra hecha con rigor y sensibilidad, precisados de revestir, de adornar, las obras de ingeniería, de ocultarlas tras el parergon… ¡Por el amor de Dios!, recurramos a un licenciado en Bellas Artes. Por último, deseo agradecer la cita que de mi persona hace don V. Martín Jadraque en el pasado Nº. 278. Mientras contemos con personas de su talla moral (y aprovecho la ocasión para quitarme el sombrero ante la gallardía de don Manuel Melis Maynar y su enérgica defensa de la profesión en su artículo “…Yo acuso”) mantendremos viva la esperanza de poder sacar a la profesión del túnel en que actualmente yace.

ALEJANDRO LUZ IVARS G. DE TRAVECEDO

Publicado en La Voz del Colegiado (órgano del Colegio de Ingenieros de Caminos) N.º 280, Marzo 2005.